COLESTEROL - 2 de junio de 2025
La ansiedad afecta de muchas maneras a nuestro sistema digestivo. Resultan familiares frases como: ‘’se me cierra el estómago’’, ‘’me suelta muchísimo la tripa’’ o ‘’no puedo dejar de comer’’ cuando tenemos ansiedad. Hoy vamos a hablar sobre la última frase, cuando comemos por ansiedad y los efectos que ello puede generarnos.
Si es algo puntual, probablemente no tenga grandes consecuencias sobre el organismo, pero si es algo más común, es decir, algo que acaba pasando en nuestro día a día los efectos en el cuerpo sí son notables.
Cuando comemos por ansiedad, muchas veces detrás no hay un hambre física, sino una necesidad de regular nuestras emociones. La comida, especialmente la rica en azúcares puede generar una sensación momentánea de alivio y placer gracias a la activación de neurotransmisores como la dopamina. Este alivio, como os imagináis, es transitorio y no resuelve el malestar emocional de fondo. Lo que sí puede generar, si se vuelve un patrón habitual, son consecuencias físicas como la desregulación metabólica y alteraciones en los niveles de colesterol.
Es importante entender que cuerpo y mente están profundamente conectados. Cuando la ansiedad se instala de forma crónica y recurrimos a la comida como estrategia de gestión, nuestros hábitos alimenticios tienden a volverse más impulsivos y menos conscientes. Se suele optar por alimentos ultraprocesados, que de manera inevitable y debido a sus componentes van a elevar nuestros niveles de colesterol. A largo plazo, este tipo de alimentación puede aumentar el riesgo de sufrir síndromes metabólicos como podría ser la diabetes tipo 2.
Cuando nos enfrentamos a situaciones ansiosas o estresantes, se nos activa el sistema nervioso simpático. Este sistema influye directamente en el metabolismo de las grasas. Cuando estamos en constante tensión, el cuerpo interpreta que necesita energía rápida para "luchar o huir", y eso altera cómo almacena y utiliza las grasas.
Por eso, no se trata solo de "comer sano" sino de tomar conciencia de cómo nos estamos relacionando con la comida. Para ello, te puedes plantear preguntas como: ¿Tengo hambre real o hay alguna emoción subyacente? ¿Estoy escuchando mis señales internas o me dejo llevar por la emoción? La alimentación consciente, técnicas de gestión emocional y, en muchos casos, el acompañamiento psicológico, son claves para cambiar este patrón y proteger nuestra salud física y emocional.
Cultivar una relación más saludable con la comida no solo ayuda a regular el colesterol, sino que también mejora nuestro bienestar general. Aprender a identificar nuestras emociones, ponerles nombre y buscar formas alternativas de gestionarlas como el movimiento, la respiración, la escritura o el apoyo social, es parte de ese camino.
Ejercicio de pausa consciente antes de comer
Antes de cada comida, haz una breve pausa de 1 minuto y pregúntate:
¿Tengo hambre física o emocional?
¿Qué estoy sintiendo ahora mismo?
¿Qué necesito en este momento?
Si identificas que vas a comer para calmar una emoción, prueba a postponer la comida 10 minutos y hacer algo que te ayude a regularte: salir a caminar, respirar profundamente, escribir lo que sientes o simplemente darte ese momento de escucha interna.
Lucía Ongil, Psicóloga Sanitaria M-35082 en Alimentación 3S
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Alimentación 3S