VIDA SALUDABLE - 4 de febrero de 2022
La habilidad para ser una persona ordenada suele ser una competencia altamente valorada en la sociedad. Sin duda, es un buen indicador de la capacidad de un individuo para estructurar y organizar su vida en distintos ámbitos. Sin embargo, esta cualidad es tan solo positiva hasta cierto punto, dado que la ofuscación con el orden puede ser también señal de la fragilidad de la salud mental. No en vano, la obstinación por el orden es una de las variantes que pueden adoptar los Trastornos Obsesivos Compulsivos (TOC).
De hecho, no es baladí el cálculo de los expertos acerca de que este tipo de enfermedad afecta en torno a un 2 y 3% de la población. Los síntomas suelen aparecer entre los 7 y los 10 años, tal y como indican un 33% de los pacientes adultos con esta patología, o entre los 18 y los 25 años, al inicio de la madurez, según han detectado los profesionales de la salud.
El último Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el DSM 5, contribuía a que este tipo de trastorno conformase una entidad independiente, ahora denominada trastorno obsesivo compulsivo y del espectro obsesivo. Así, las actitudes maniáticas con el orden se situarían dentro de los comportamientos caracterizados como compulsivos. Dicho de otra forma, entrarían dentro de las conductas repetitivas y aparentemente finalistas que se llevan a cabo según unas reglas autoimpuestas y determinadas de forma estereotipada, que entrarían en competición con el deseo de resistir la compulsión por lo menos al principio.
Todo esto no quiere decir que uno padezca un TOC por el simple hecho de ser ordenado. Existen diferentes formas de clasificar los TOC, pero, en líneas generales, se pueden distinguir 8 tipos: los lavadores y limpiadores, los verificadores, los repetidores, los ordenadores, los acumuladores, los ritualizadores mentales, los atormentados y obsesivos puros y los sexuales. Así pues, el tipo “ordenador” se correspondería con personas que necesitan que los objetos que las rodean estén colocados en función de una serie de pautas rígidas que podrían incluir las distribuciones simétricas. Entre las consecuencias de no conseguir realizar este objetivo se encontrarían la angustia y la desazón, pudiendo llegar a limitar a la persona en muchos ámbitos de su vida.
Actualmente aún se desconocen las causas exactas del TOC, aunque los expertos lo asocian a una alteración de los niveles de serotonina debido a la eficacia demostrada de los antidepresivos inhibidores de la recaptación de la serotonina a la hora de tratar este tipo de trastorno mental. Por otro lado, el presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, José Manuel Menchón, jefe también del grupo de investigación en psiquiatría del Centro de Investigación Biomédica en Red en Salud Mental (Cibersam), ha señalado “que en un 20% de los pacientes podría haber un factor genético”, aunque “no se ha encontrado un gen concreto que lo explique”.
En la misma línea, el reciente estudio publicado en la revista ‘American Journal of Psychiatry’ y dirigido por científicos de la Escuela de Medicina Icahn en el Monte Sinaí, en Estados Unidos, ha corroborado que aproximadamente un tercio del riesgo de ser diagnosticado con TOC puede ser explicado a través de las diferencias genómicas más comunes, así como de las raras, observadas en las letras del ADN. Además, en términos generales, las conclusiones de la investigación apoyan que el riesgo de padecer TOC puede deberse, en parte, a cambios que se producen de forma aleatoria en el genoma.
Por tanto, lo que recomienda el personal sanitario es fomentar el diagnóstico precoz, dado que es extremadamente difícil prevenir un tipo de trastorno cuyas causas se desconocen. En este sentido, los psiquiatras y psicólogos han acentuado la necesidad de tratar esta patología lo antes posible, puesto que está comprobado que mejora notablemente el pronóstico para el paciente.
Actualmente, el tratamiento del TOC está basado principalmente en la terapia psicológica y farmacológica, determinando el especialista cuál es la adecuada para cada caso concreto o si es conveniente una combinación entre ambas. Los diversos estudios realizados demuestran, además, que la terapia de Exposición y Prevención de Respuesta (EPR), llevada a cabo dentro de la psicoterapia cognitivo-conductual, tiene éxito en la mayoría de los pacientes que la completan y sus efectos positivos perduran una vez finalizado el tratamiento.
No obstante, según un reciente estudio publicado en la revista ‘Nature Medicine’ que pretende identificar los biomarcadores en el cerebro asociados a los síntomas del TOC, hasta entre un 20 y 40% de las personas con esta patología no consiguen progresar lo suficiente a través de estos tratamientos. Es por ello que la novedosa técnica de la estimulación cerebral profunda (ECP) adaptativa, consistente en pequeños electrodos colocados con precisión en el cerebro que emiten suaves impulsos eléctricos y que puede ajustar la intensidad de la estimulación en respuesta a las señales registradas en el cerebro en tiempo real, se prevé como más eficaz a la hora de tratar a pacientes con los que han fracasado otras terapias.
Pero, antes de tener que recurrir a técnicas más invasivas que serán necesarias en los casos más graves, es preferible acudir a un especialista que pueda facilitar a la persona una serie de herramientas. Estas le serán de ayuda para enfrentarse a la lucha interna contradictoria aparejada a los TOC.
Por ejemplo, si la obsesión radica en que todo debería estar perfectamente colocado, introducir un mínimo desorden sería una buena técnica para ejercitar la elasticidad de la mente y proporcionar la flexibilidad necesaria para convivir con el entorno inexorablemente cambiante. Por contradictorio que parezca, es precisamente ese tipo de alteraciones lo que permite recuperar cierto control y alejarse de las constantes inseguridades que desatan los TOC, a través de los cuales se intenta obtener la sensación ilusoria de protección.
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