VIDA SALUDABLE - 16 de octubre de 2020
La capacidad para adquirir, retener y recuperar la información se engloba en la función cognitiva conocida como memoria. Dentro de la pluralidad de funciones a las que atiende el cerebro humano, la memoria es una de las más reconocidas (sino la que más) por la sociedad, debido al amplio conocimiento sobre su actividad y a que su déficit es frecuente y fácilmente identificable. ¿Quién no ha oído en alguna ocasión quejas acerca de “estar perdiendo memoria”?
Lo cierto es que la correcta articulación de la capacidad mnésica (o de memoria) es influida por una multitud de factores cotidianos como las horas de sueño, una adecuada alimentación o la actividad física diaria. ¿Y el estado de ánimo? ¿Puede nuestro estado emocional influir significativamente en la memoria?
Durante los años 70 y a principios de los 80, surgieron diversos modelos teóricos como el de Beck que asociaban el bajo estado de ánimo y el funcionamiento de la memoria. Concretamente, los modelos exponían de forma sólida cómo un estado anímico bajo afectaba negativamente a la totalidad del proceso de memoria: el registro, el almacenamiento y la recuperación.
Nuestro estado emocional tiene un enorme impacto en la memoria, no solamente en el “cuánto”, a la hora de potenciarla o dificultarla, sino también en el “cómo”, ya que influye en el tipo de recuerdos al que accedemos.
Los hallazgos de múltiples investigaciones demuestran la tendencia a recordar mejor aquella información congruente con nuestro estado emocional en ese momento. De manera que cuando una persona se encuentra anímicamente feliz, tiende a acceder con mayor facilidad a recuerdos y vivencias asociados a dicha emoción. Por el contrario, cuando una persona está en un estado de ánimo depresivo tiende a recuperar la información y recuerdos más negativos, lo que paradójicamente retroalimenta el estado de depresión.
Con frecuencia, las personas que están pasando por un mal momento anímico, tanto de depresión como de ansiedad, experimentan alteraciones en la memoria y, de hecho, los síntomas cognitivos forman parte de los criterios diagnósticos de los trastornos del estado de ánimo.
Una situación que se repite con asiduidad en las consultas de neurología es aquella en la que, ante dificultades en la memoria, la persona acude buscando descartar cualquier enfermedad neurodegenerativa, cuando en realidad el déficit se debe a un motivo emocional.
Esta interrelación deriva en importantes implicaciones clínicas, poniendo de manifiesto la necesidad de posicionar el estado anímico como una prioridad dentro de nuestro autocuidado, así como dar valor al papel que juegan las emociones sobre los procesos neurodegenerativos.
Redactado por:
Ana Gutiérrez Frutos
N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria