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Cuidar tras un ictus, ¿por qué siento que mi familiar no es el mismo?

VIDA SALUDABLE - 1 de octubre de 2021

“Según pasaron los días mi marido fue recuperando poco a poco la memoria, el habla y la movilidad. Nos aliviamos muchísimo al ver que no tenía secuelas físicas graves del ictus. Pero según hemos convivido con él unas semanas en casa, le notamos diferente, no le reconocemos según se comporta…”

Irritabilidad, apatía, rigidez en la manera de pensar, cambios de humor rápidos, emocionalidad, indiferencia, pérdida de la iniciativa, actitud egocéntrica...

Se trata de la realidad silenciosa a la que hacen frente muchas familias en las que uno de sus miembros ha sufrido un daño cerebral.

A diferencia de las secuelas físicas, visibles y de fácil diagnóstico, las secuelas a nivel cognitivo y emocional suelen pasar desapercibidas, infradiagnosticadas y es la familia, la que, conociendo la personalidad de su familiar, comienza a notar los cambios en su forma de ser y de actuar.

Es tremendamente sencillo confundir estos comportamientos como llamadas de atención, gestos hechos a propósito, o incluso, interpretarlos como trastornos emocionales reactivos al duelo que el familiar está sufriendo tras el ictus. En muchas ocasiones, el estado de ánimo (depresión, ansiedad, anhedonia) no es debido a las circunstancias tras el ictus, sino que es un síntoma más del mismo.

Se nos olvida que el cerebro alberga no únicamente la capacidad de movernos, de hablar, de ver, de escuchar, sino que el cerebro es todo nuestro yo. Con él, nuestra forma de pensar, de interpretar la realidad, nuestra emoción. Por ello, un ictus es mucho más que secuelas a nivel de físico, de lenguaje, atención o memoria. Implica, frecuentemente, secuelas a nivel de carácter que rara vez se identifican en los primeros momentos.

Generalmente, se comprenden mejor las secuelas a nivel físico. Daños visibles, con los que estamos más familiarizados y desde los cuales nos resulta más sencillo empatizar y comprender las limitaciones que suponen.

¿Se nos ocurriría pedir a una persona con dificultades de movilidad que caminase más rápido? O ¿pensaríamos que alguien con problemas de visión no nos saluda a propósito para molestarnos?

Algo similar sucede con las secuelas psicológicas. Secuelas no sólo incomprendidas por el entorno social sino también por gran parte de los profesionales sanitarios quienes también somos víctimas del foco pleno en las capacidades físicas.

Una lucha constante a todos los niveles, personales y económicos. Una lucha de palabras entre las aseguradoras que no tienen una forma sencilla de comprobar las secuelas psicológicas sufridas en la persona, y las familias que recorren centros neurológicos en busca de algún profesional que les reafirme la realidad y los cambios de carácter que ven día a día en sus casas.

El daño cerebral supone un cambio para toda la familia y no únicamente para la persona que lo sufre. Implica la elaboración de un duelo de la persona que fue y ya no es; la adaptación de todo el sistema familiar a las necesidades del familiar y de sus miembros, y el aprendizaje emocional rápido en el que se sepa reconocer qué reacciones de nuestro familiar están mediadas por sus dificultades.

Redactado por:

Ana Gutiérrez Frutos

N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria

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