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Síntomas no visibles del párkinson

PÁRKINSON - 5 de agosto de 2022

El párkinson es el segundo tipo de trastorno neurodegenerativo más común. Afecta al sistema nervioso central de manera crónica, y tiende a afectar a las personas mayores (el 70% de los pacientes tiene más de 65 años), aunque puede desarrollarse desde edades muy tempranas.

El impacto que tiene el párkinson a nivel social es considerablemente alto: cerca de 150.000 personas en España lo padecen, con en torno a 10.000 nuevos diagnósticos anuales. La Sociedad Española de Neurología (SEN) estima que se duplique de aquí a dos décadas, y que para el año 2050, se triplique.

Afortunadamente, el avance de la tecnología sanitaria ha permitido que existan tratamientos que palian de alguna manera los efectos del párkinson, e incluso en casos severos se puede llevar a cabo una cirugía y estimulación cerebral profunda.

El imaginario general de la sociedad acerca de esta enfermedad lo asocia directamente con algunos síntomas muy visibles: el temblor, la rigidez, la lentitud en los movimientos… Estos efectos, denominados “motores”, son debidos a que la enfermedad avanza progresivamente afectando al sistema psicomotriz. Además, no siempre se dan de manera igual por todo el cuerpo, sino que pueden afectar a una parte del cuerpo concreta y después reproducirse en la totalidad del mismo de manera progresiva, dada la naturaleza crónica de la patología.

Pero más allá de estos síntomas, que son fácilmente reconocibles, el párkinson también afecta a la calidad de vida de las personas con otro tipo de efectos “no motores” y menos identificables. Esta es la parte invisible del párkinson, la cual los pacientes padecen en silencio, desasociando su enfermedad de unos síntomas que no identifican con ella y que tiene diferentes consecuencias en ellos.

Los síntomas “no motores” tienen distinta naturaleza. Un ejemplo son los sensoriales, pudiendo perder el olfato o atrofiándose el sentido de la vista; los gastrointestinales, ocasionando problemas al tragar, náuseas, vómitos o estreñimientos; autonómicos, como la disfunción de órganos; o trastornos del sueño.

Además, la enfermedad misma o los síntomas derivados de ella pueden ocasionar también el desarrollo de afecciones a la salud mental. La depresión, la ansiedad o el estrés pueden derivar directamente del párkinson, así como la demencia, la psicosis o el trastorno del control de impulsos, que tienen la capacidad de alterar el carácter social y la estabilidad emocional de los pacientes.

La falta de información acerca de estos efectos del párkinson puede provocar sensación de culpabilidad por parte de los pacientes, no llegando a comprender que sus actitudes, estados de ánimo y relaciones sociales también están supeditadas a la enfermedad que padecen. Además, su estabilidad emocional también depende claramente del párkinson.

Corresponde, por tanto, a los familiares, amigos y demás personas que se relacionen con personas con párkinson, la responsabilidad de tener una actitud plenamente comprensiva con estas personas, tratando siempre de ser un apoyo para el paciente y haciendo todo tipo de pedagogía para que entienda que todos estos síntomas derivan del párkinson, un elemento incontrolable de sus vidas.

 

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