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La infancia, la primera etapa en la que detectar la epilepsia

EPILEPSIA - 21 de enero de 2022

Considerada como una causa mayor, la epilepsia infantil se presenta como una enfermedad con severas alteraciones en la calidad de vida de los niños y de sus padres. Se calcula que el 5% de los niños experimenta una crisis epiléptica en su vida, y el 3% tiene convulsiones febriles.

La epilepsia es un desorden de la transmisión neuronal, en el cual muchas células nerviosas realizan descargas eléctricas al mismo tiempo. Los ataques son accionados por los cambios en la actividad eléctrica y química en el cerebro.

En España, son diagnosticados anualmente 22.000 nuevos casos de epilepsia, de los cuales la mitad son producidos en niños y adolescentes menores de 15 años.

Para poder establecer las causas del origen de la epilepsia, lo mejor es entender que hay factores de riesgo y situaciones causales de las mismas. Dentro de la infancia, el riesgo más elevado se da en las edades tempranas. Hasta los 4 años se pueden confundir las convulsiones febriles con los episodios epilépticos.

La genética y la historia familiar son factores importantes, de hecho, algunos genes se han catalogado como precursores, pero siempre estimulados por factores externos. Otra de las causas son las infecciones cerebrales y de las meninges como consecuencia de una encefalitis. Los traumatismos craneales ocasionados en deportes de contacto también pueden derivar en secuelas epilépticas. Por último, otra de las causas son las condiciones prenatales, ya que durante la gestación las toxinas pueden pasar de la madre al feto afectando a su desarrollo neuronal.

Un diagnóstico rápido y certero es fundamental a la hora de controlar las crisis epilépticas. La realización de una historia clínica minuciosa es esencial para determinar la etiología de la epilepsia. Para ello se valorará el estado de salud del niño antes, durante, y después de las crisis. Se debe hacer una valoración del desarrollo psicomotor del niño y de la conducta, conocer los antecedentes familiares y cualquier otro detalle que el médico considere.

Cuando se tiene la sospecha de epilepsia, los especialistas suelen realizar un electroencefalograma (EEG). Se trata de una prueba no invasiva e indolora que no conlleva ningún riesgo para el niño y permite observar la actividad eléctrica de las neuronas de su cerebro. Con esta prueba se consigue identificar el tipo de crisis y el tipo de epilepsia.

De forma sistemática, el EEG suele combinarse con un electrocardiograma (ECG) que permite a su vez registrar la actividad del corazón al tiempo que se registra la respiración del niño.

El tratamiento de la epilepsia suele comenzar con medicamentos, pero es importante tener en cuenta que cada niño es diferente y no todos responden al tratamiento de la misma forma, por lo que no existe un único tratamiento efectivo.

Los fármacos más conocidos son los medicamentos antiepilépticos (MAE), o fármacos anticonvulsivantes. Sin embargo, en ocasiones cuesta tiempo encontrar el que funciona mejor para cada niño. Estos fármacos solo tratan los síntomas de la epilepsia, reduciendo la frecuencia de los ataques. Los medicamentos no funcionarán correctamente hasta que no se alcance y mantenga cierto nivel en el organismo.

En caso de que el medicamento no funcione, se pueden realizar otras técnicas como cirugía del cerebro, implantar un dispositivo médico para prevenir y tratar los ataques.

El pronóstico de cura de la epilepsia da un respiro, y es que el 70% de los pacientes con epilepsias generalizadas idiopáticas (aquella que tienen una causa genética definida, sin que exista una lesión neurológica claramente identificada) se curan y no precisan más medicación al cabo de un periodo de entre 2 y 5 años. Por otro lado, el 50% de los pacientes que presenten epilepsias focales (donde la descarga comienza en una zona concreta pudiéndose extender al resto de la corteza cerebral) podrían llegar a prescindir del tratamiento a los 5 años.

 

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