VIDA SALUDABLE - 22 de febrero de 2024
Resiliencia, anhedonia, regulación emocional, alexitimia, ambivalencia… Todas ellas son palabras muy recurrentes dentro del “diccionario psicológico” y que gracias a la expansión de la psicología hacia la población general, su uso y alcance no queda limitado en exclusiva al ámbito clínico.
Así, escuchamos a amigos hablar de la capacidad de “resiliencia” de su hijo/a para referirse a su habilidad para hacer frente a adversidades, a profesores apelando a la “regulación emocional” a unos padres que intentan entender la dificultad de su hijo para sostener la frustración y entendemos nuestro estado de “ambivalencia” cuando queremos dejar de fumar pero nos vemos con un cigarrillo en la mano.
Es fundamental disponer de palabras que permitan nombrar nuestros estados internos (nuestras sensaciones, patrones de pensamiento, procesos). Es esencial para poder recogerlas en un concepto, darles un sentido y poder comunicarlas al otro.
Desde mi experiencia como psicóloga, la palabra “invalidación emocional” es una de las que más confort provoca en aquel que la entiende por primera vez. Una especie de: “¡Anda! Así que no estoy loco/a y esto que sentía tiene un nombre”.
La invalidación emocional hace referencia a la negación, rechazo, minimización o desprecio de las emociones de una persona. Ya sea por parte de los demás o también (¡ojo!) por uno/a mismo/a.
“No tengo motivos para estar triste, tengo una casa, una familia…”, “no tienes derecho a enfadarte, hay personas que están en peor estado de salud que tú”, “venga, tienes que ser positiva”, “no es momento de ponerse triste, hay que ser fuerte y tirar para adelante”, “no le des más vueltas ni te preocupes, hay cosas mucho peores”. ¿Nos suena?
Si bien es un mecanismo en el que caemos con frecuencia en términos generales, su recurrencia es aún mayor cuando hablamos de enfermedad crónica.
Ante un diagnóstico de enfermedad crónica como podría ser la Esclerosis Múltiple, la artritis, la enfermedad de Crohn o la diabetes, la persona sufre todo un proceso de duelo hasta que asume y acepta la enfermedad. En este proceso la persona navegará por multitud de emociones, ira, culpa, tristeza, apatía, desesperanza, alivio, esperanza… Cada una tendrá una función y aparecerá en el momento en el que sea necesaria para el correcto procesamiento de lo que está sucediendo.
Con frecuencia, familiares y amigos no saben cómo lidiar con el malestar de su allegado por lo que intentan aliviar o “hacer sentir mejor” a su ser querido.
Entre los motivos por los que invalidamos pueden estar: nuestra propia frustración o impotencia al ver su sufrimiento constante, el enfado que pueda provocarnos escuchar sus quejas o sentimientos o la propia pena al empatizar con su dolor. En definitiva, lo difícil e incómodo de ver el dolor en el otro hace que caigamos en este mecanismo en el que intentamos que la persona cambie su tono emocional.
Como consecuencia, no damos espacio a las emociones que la persona pueda sentir (que tienen un sentido funcional) y por lo tanto, impedimos el adecuado procesamiento emocional de la enfermedad.
Como alternativas a la invalidación emocional te proponemos:
Redactado por:
Ana Gutiérrez Frutos
N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria