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Cómo cuidar de mi familiar sin infantilizarle

VIDA SALUDABLE - 14 de noviembre de 2024

Cuando hablamos de cuidado, tradicionalmente, ponemos el foco en el “cuánto cuidamos” (cuidar más o cuidar menos). Sin embargo, los profesionales de la salud señalan que lo verdaderamente importante es la dimensión cualitativa, es decir, “CÓMO cuidamos”.

Una relación de cuidado se da en el vínculo entre dos personas. Normalmente, la intención de cuidado es bondadosa y desde el amor, sin embargo, no todos los gestos que nos salen con la persona a la que atendemos tienen por qué ser beneficiosos y, en ocasiones, es frecuente caer en dinámicas de sobreprotección e infantilización hacia la persona que atendemos, obstaculizando su independencia.  

Esto es especialmente frecuente cuando hablamos del cuidado a nuestros mayores. Es natural que a medida que los mayores envejezcan nazca cierta responsabilidad de protección y atención hacia ellos, más aún si hay algún diagnóstico que acentúe dificultades y que reste autonomía.

Cuando suceden estas dinámicas durante largos periodos de tiempo es muy frecuente que los límites se desdibujen y a veces asumamos una actitud paternalista con la persona a la que atendemos.

En este artículo queremos mostrarte varias claves que definen cómo sería un buen cuidado, no hablamos de cuidar mucho o poco, sino de cuidar bien.

  1. Evitar la sobreprotección, potenciar la autonomía

  2. Hablar sin infantilizar

  3. No abandonar tu papel en la familia para convertirte en cuidador

Las personas cuando envejecemos vivimos una regresión en la autonomía en la que poco a poco necesitamos más del otro. Como cuidadores, saber medir el ritmo sobre qué hacer nosotros y qué no es todo un reto.

Lo fácil es moverse entre negros y blancos. O le dejamos hacer las cosas por sí solo, o se lo hacemos nosotros. Pero un cuidado sano es gris. Habrá cosas en las que nuestro familiar necesite de nuestra ayuda y otras en las que pueda desenvolverse solo (aunque sea con esfuerzo). Esto depende enormemente no sólo de la persona sino también del día y el momento por lo que saber encontrar ese término medio es todo un arte.

Lo importante es que estemos disponibles para poder ayudar, guiar y acompañar pero que tengamos siempre en mente la importancia de apoyar su autonomía, aunque eso implique hacer las cosas más lentas, con errores y con más esfuerzo por nosotros y por nuestro familiar. De otro modo, las consecuencias más directas será una sobrecarga por parte del cuidador, una sensación de incapacidad y baja autoestima por parte del familiar y a la larga un mayor avance de la dependencia.

Las barreras en la comunicación debido a los posibles problemas auditivos o las dificultades para prestar atención a veces también conllevan que, poco a poco, se vaya adoptando un lenguaje más infantil.

Por ejemplo, hablándole con un tono aniñado, utilizando diminutivos, hablando de él o ella en tercera persona como si no estuviese presente, pasando sus comentarios como por “un filtro adulto” …

La visión del mayor en nuestra cultura ha cambiado mucho en los últimos años, se ha perdido en cierto modo esa visión del mayor como sabio, desde el respeto. Esa pérdida de estatus se percibe también de forma implícita en el cuidado y es importante recuperarla para un cuidado respetuoso y sano.

En los cuidados de larga evolución existe una gran tendencia al intercambio de roles. Por ejemplo, hijos/as que pasan a convertirse en esposos/as y esposos/as que se convierten en profesionales de enfermería o médicos.

Mantener un adecuado orden familiar repercute tan positivamente como el cuidado sanitario.

Muchos profesionales pueden ejercer como sanitarios pero ninguno puede sustituir tu papel en la familia.

En definitiva, un cuidado vertical en el que existe sobreprotección e infantilización lejos de ayudar a nuestro familiar facilita el empeoramiento de su evolución y perjudica su motivación, autoestima y conciencia de las dificultades. A ello se suma una mayor carga percibida por parte de las personas al cargo del cuidado así como una mayor sensación de soledad.

Por ello, recuerda que la clave en un buen cuidado no está en la cantidad sino en la calidad, aprendiendo a ser ayuda, apoyo y compañía para nuestros familiares a la par que potenciamos una mirada de respeto hacia ellos y protegemos su autonomía.

Redactado por: Ana Gutiérrez Frutos. N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria

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