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Alimentación emocional: Cuando comemos sin hambre (Parte 2)

VIDA SALUDABLE - 12 de noviembre de 2020

En el artículo anterior, hablábamos de la importancia de comprender cómo nuestras emociones diarias influyen en la forma en la que comemos, mediando nuestra sensación de hambre – saciedad, y manifestándose en lo que conocemos como “alimentación emocional”. Un término que hace referencia al uso de la comida con el fin de regular ciertas emociones, como por ejemplo, el picoteo por aburrimiento o comer dulces como una forma de premiarnos y aliviar el estrés.

 

¿Reconoces esta forma de alimentación en tu día a día?

Aprender a identificar la presencia de alimentación emocional en nuestra rutina diaria es el primer paso para tomar las riendas de nuestra alimentación.

En este artículo abordaremos el siguiente paso: Una vez identificado, “¿cómo podemos gestionar nuestro hambre emocional?

Para dar respuesta a esta cuestión, describiremos un ejemplo: "Visualicemos a un niño que estando con sus compañeros, le quitan el balón con el que estaba jugando. El niño impotente y frustrado por esta situación acude hacia sus padres llorando. Éstos al verle tan disgustado le ofrecen algún dulce o merienda con el objetivo de hacerle sentir algo mejor".

En el ejemplo expuesto, el niño logra aliviar su malestar emocional a través de la comida. Sin embargo, no se llega a ninguna solución específica del problema como podría ser recuperar el balón, comprar otro nuevo o pedir ayuda. En este caso, se trata de un problema sencillo, de fácil e inmediata solución. Sin embargo, a medida que crecemos, las problemáticas se complican y en la vida adulta resultan en situaciones más difusas y de compleja solución como diferencias con nuestra pareja o situaciones laborales complicadas.

Socialmente, tendemos a recurrir a la comida para aliviar (que no solucionar) las emociones desagradables que nos originan ciertas situaciones. La comida se convierte así, en el recurso comodín para todo tipo de problemáticas que nos evade de aquello que sentimos y nos aleja de la búsqueda de soluciones específicas que se enfoquen en el manejo de nuestro conflicto o problema.

Una adecuada gestión del hambre emocional pasaría por entender la alimentación emocional como un mecanismo que busca regular cómo nos sentimos, sumado a aprender a resolver o regular nuestras diferentes emociones diarias de una forma diferente.

Desde un enfoque general, podríamos concluir los siguientes pasos para la gestión de nuestro hambre emocional:

  1. Aprender a reconocer la diferencia entre hambre física y hambre emocional.
  2. Identificar las emociones que nos suscitan hambre emocional.
  3. Buscar nuevas formas herramientas de gestión emocional específicas y diferentes a la comida.

Redactado por:

Ana Gutiérrez Frutos

N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria

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