VIDA SALUDABLE - 6 de febrero de 2020
Siempre que comemos, ¿sentimos hambre o son otras las emociones que nos llevan al acto de comer? Refugiarnos en la comida en algún momento puntual no es un problema, lo es cuando se convierte en un hábito.
Comer involucra multitud de momentos, desde celebraciones a recompensas, con lo que no es de extrañar que juegue un papel central en definir quiénes somos.
La relación entre emoción y nutrición es clara, lo que comemos afecta a cómo nos sentimos y el cómo nos sentimos tiene una relación directa con nuestra forma de comer. Pero debemos matizar que, en realidad, lo que nos afecta no son las emociones en sí mismas, sino la forma de afrontarlas. Y cuando la persona no es capaz de llevar a cabo estrategias de afrontamiento adecuadas surgen los problemas que afectan, entre otros, a los hábitos alimentarios.
Por ello, ante emociones no reconocidas o a efectos de nuestro inconsciente a través de la comida expresamos dichos sentimientos. De esta manera podemos afirmar que las dificultades que tenemos con la comida hablan de nuestro mundo emocional.
Podemos diferenciar dos tipos de hambre:
Es el tipo de hambre que surge como respuesta a una demanda de energía, ¿qué solución tiene? ¡Comer! Y a poder ser comida saludable.
Podemos decir entonces que solo cuando el hambre es fisiológico es cuando nuestro cuerpo necesita realmente nutrientes, es decir, comer.
Es aquel que tiene una asociación con el estrés, lo que provoca de forma directa una sensación de hambre. Además, hay personas que utilizan la comida como técnica para cambiar el foco de atención, es decir, se centra en la comida para no tener que prestarles atención a ciertas emociones.
Debemos tener presente que la comida puede reconfortarnos de forma temporal pero no será de ayuda como solución final, puesto que se describe como una forma de afrontamiento, gratificación o refugio para conseguir un tipo de bienestar. En resumen, puede provocarnos una calma momentánea pero no nos da ningún tipo de solución.
Si bien las emociones surgen de manera espontánea, por medio de una educación emocional podemos adherirnos a un estilo de alimentación sana y únicamente reforzaremos los hábitos saludables cuando conozcamos los factores emocionales que nos conducen a comer, porque el hambre emocional no responde a unas necesidades fisiológicas sino, más bien, a antojos, lo cual lo hace diferente.
Son varias las formas de diferenciar los tipos de hambre, sin embargo, una de las más valiosas es la que se centra en el tipo de alimentos. ¿Te apetece cualquier alimento o tienes fijación por uno o un grupo en concreto? ¿Eres capaz de valorar qué te apetece comer o te ves arrastrado por el impulso de llevarte a la boca un alimento en concreto? ¿En qué situaciones respondemos acudiendo al supermercado o al frigorífico? Entonces, ¿qué debes hacer? ¡Localizar el origen del problema para poder comenzar a ser conscientes de cuándo aparece este hambre emocional!
Vivimos en un ambiente obesogénico, rodeados de publicidad y gente que no lleva buenos hábitos alimentarios, siendo extraordinario ver a una persona comerse una pieza de fruta por la calle y algo rutinario tomarse unos snacks. ¿Qué nos está pasando? ¿Estamos perdiendo el control de nuestra alimentación? Lo que está claro es que a pesar de tener clara la diferencia entre un tipo u otro de hambre, acabamos en muchas ocasiones dando la misma respuesta, la de comer. Y comer sin tener hambre puede llevarnos a una dinámica muy negativa, lo cual viene reforzado por desencadenantes como el estrés, malas relaciones personales, etc., factores que generan emociones negativas que se compensan en la mayoría de las ocasiones con ingestas no adecuadas de alimentos, tanto en cantidad, como y casi más importante, en calidad.
Para establecer un equilibrio que no perjudique nuestra salud, debemos controlar la alimentación por emociones y al mismo tiempo, debemos permitirnos de vez en cuando comer por placer. ¿Serías capaz de definir qué aspectos emocionales se relacionan con tus elecciones alimentarias?
Resulta fundamental recuperar el control y que la persona logre alcanzar unos hábitos saludables y en consecuencia un peso saludable, por ello, se deberá trabajar con un método multidisciplinar de asesoramiento con profesionales en actividad física, psicología, medicina y nutrición, para aprender a comer, gestionar las emociones e instaurar nuevos hábitos, porque no queremos que la comida se convierta en una moneda de cambio de las emociones.
En definitiva… ¿siempre que tenemos hambre hay que comer? O quizás sería mejor decir ¿tenemos o sentimos? ¡Aprendamos a tener una relación saludable con la comida!
Ana Mateo
Unidad de Nutrición Hotel Balneario de Ariño
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