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Comer despacio. La pieza clave en la pérdida de peso

VIDA SALUDABLE - 8 de enero de 2021

¿Qué opinarías si te dijesen que los centros escolares han decidido que los niños coman durante las clases para así ahorrar tiempo?

Como argumento, un horario escolar exigente, colmado de asignaturas, deberes y exámenes, que limita el espacio para el ocio, por lo que comer en el aula sería una forma de “ganar algo de tiempo”.

Posiblemente, muchos/as de nosotros/as no estemos de acuerdo con esta idea. Sin embargo, echemos un vistazo a nuestro día a día adulto. Cada vez estamos más acostumbrados a un ritmo de vida frenético. Una rutina diaria en la que los desayunos son exprés, a base de café, prisas y atascos, los tentempiés en el día prácticamente inexistentes y las comidas a contrarreloj. Un ritmo de vida al que nos hemos acostumbrado y donde la calidad del tiempo concedido a la comida ha quedado entre las últimas prioridades.

Este mensaje acerca de la importancia de prestar atención cuando comemos no es nuevo. Nutricionistas, endocrinos y psicólogos, entre otros profesionales de la salud, siempre han tratado de concienciar sobre la relevancia de comer “despacio”, pausados. Lo que sí es cierto es que nunca antes la sociedad había ido a un ritmo tan rápido y los efectos perjudiciales en la alimentación cada vez son más notorios.

Desde hace unos años, se está comprobando que la forma de comer, y más concretamente, la velocidad es determinante en cualquier proceso de pérdida de peso. Te explicamos por qué:

  1. Prestar atención a los momentos de las comidas facilita escuchar las señales de hambre y saciedad.
    ¿Serías capaz de escuchar un leve sonido en un lugar con mucho ruido? Del mismo modo, escuchar las señales de hambre/saciedad, que indican cuándo comenzar o parar de comer, resulta muy complicado cuando la ajetreada rutina no permite tener comidas libres de distracciones.
     
  2. Comer de forma pausada aumenta la sensación de saciedad.
    El ejemplo perfecto de este efecto es la tendencia a sentirnos saciados (incluso llenos) con mucha más facilidad cuando comemos muy poco a poco y con largas esperas, como por ejemplo, en un coctel o en algún restaurante. La explicación se debe a que damos tiempo a que nuestro organismo segregue las hormonas encargadas de la saciedad.
     
  3. Nos ayuda a tomar conciencia y a diferenciar entre el hambre física y el hambre emocional.
    Cuando ponemos el freno, paramos y prestamos atención podemos diferenciar si lo que sentimos es hambre o, por el contrario, son ganas de comer con el fin de regular determinadas emociones como aburrimiento, estrés, tristeza o frustración. De ese modo, decidiremos mejor.
     
  4. Nos permite experimentar con todos los sentidos los alimentos.
    ¿Dirías que comes de la misma manera un día entre diario que cuando pruebas la gastronomía haciendo turismo? Sensaciones como la textura, el sabor o el olor con frecuencia pasan desapercibidas potenciando que comamos de forma automática y por inercia mayores cantidades.

Redactado por:

Ana Gutiérrez Frutos

N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria

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