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Anécdotas sobre pacientes quemados

VIDA SALUDABLE - 21 de enero de 2020

Este mes en mi sección sobre quemaduras os voy a relatar las anécdotas más destacadas y las experiencias vividas por mi en mis ya unos cuantos años como enfermera de urgencias. En anteriores artículos hemos ido hablando sobre los pacientes que sufren quemaduras, sus complicaciones, como hay que tratarlos o problemas a los que se enfrentan una vez se les da el alta. Sin embargo, todavía no había hablado cómo lo vivimos los profesionales, cómo es la primera vez que te enfrentas a una urgencia de un paciente quemado, como hay que aguantar el tipo ante cualquier circunstancia o cómo aprendemos día a día de los compañeros con más experiencia. Pues bien, justo de esto va a tratar mi artículo de esta semana: La visión de una enfermera a través de sus propios ojos, ¡los míos!

 

Cuando decidí ser enfermera dejé a más de uno con la boca abierta, y creo que tiene mucho que ver con el hecho de que me daban miedo hasta las agujas. ¿Irónico no? Pues si, así fue. A pesar de todos mis miedos, decidí ser enfermera. ¿Y por qué? Pues porque se me da bien cuidar. Se me da bien las personas que en un momento dado de su vida sufren o han sufrido; se me da bien tratarlos y quería dar eso de mi. Por ese motivo me convertí en enfermera. Oí en innumerables ocasiones, y sigo oyéndolo hoy en día, que para ser enfermera hay que valer, hay que estar hecho de una pasta especial, y creo que no están del todo equivocados.

Recuerdo mi primera vez ante un paciente gran quemado, recién salida de la facultad y aún en mis primeros meses en las urgencias de traumatología y quemados. Muchas horas de estudio, pero hasta que no lo tienes delante, no eres consciente de la realidad de tratar a un paciente que ha sufrido este tipo de lesiones. Con casi el 90% de superficie de la piel quemada, tras recibirle fuimos directos a quirófano: anestesistas, enfermeras, cirujanos... cada uno ejerciendo su papel. Escarotomía de urgencia, preparación del campo quirúrgico... Todos funcionaban de forma automática, cada uno sabía perfectamente lo que tienía que hacer. Recuerdo mi impresión al ver al paciente y darme cuenta de que estaba completamente quemado y que su vida corre un gran riesgo. Empecé a sentirme mal, el pulso se me aceleró de la impresión ocasionada por ver un cuerpo totalmente quemado y me empecé a marear. Nada de lo allí vivido y aquí contado te lo habían explicado en clase, pero tras unas cuantas urgencias, ahora lo recuerdo con gracia.

Tras 11 años trabajando con pacientes quemados, no puedo decir, al menos yo personalmente, que te hagas a ello y que deje de afectarte o de impresionarte. No somos de hierro, pero con el paso de los años y de ver casos de quemaduras, graves y menos graves, te haces más seguro y te construyes una coraza, sabiendo perfectamente lo que tienes que hacer en cada momento.

Una de las cosas más duras que he vivido en mi carrera como enfermera son los pacientes que llegan a urgencias por violencia de genero. Casos en los que su pareja sentimental le ha rociado produciéndole lesiones muy graves. Y si esto ya es díficil, más díficil es aún cuando te dicen que el agresor viene de camino, ya que al quemar a su pareja se ha lesionado y debes curarlo. Si, así lo hacemos. No lo tratamos ni peor ni mejor, lo tratamos por igual que al paciente agredido, lo curamos y seguimos dando lo mejor de nosotros, ya que nuestro deber es curarlo y que salga adelante.

Son experiencias que te hacen más fuerte más apto, te preparan para enfrentarte a cualquier situación. No significa que no suframos o que en ocasiones no nos llevemos a casa esas experiencias. Son duras si, no podría decir lo contrario, pero cada día que pasa tenemos mejores herramientas para gestionarlo.

Os podría contar mil y una historias sobre pacientes que llegan a urgencias, y de todas ellas siempre aprendemos algo nuevo. Nunca se me olvidará un paciente que en una noche de tormenta abrió su coche con el mando, atrajo a un rayo, y el rayo le atravesó su cuerpo hasta salirle por un testículo. La cara del hombre era un poema. No fue una lesión muy grave y el paciente sobrevivió sin un testículo. 

También hay que lidiar con los familiares que acompañan a los pacientes, como aquel padre que llegó con su hijo adolescente, con una mano completamente destrozada por meter pólvora de petardo en el cartón del papel higiénico y la pólvora le exploto en una mano. Vino con la mano envuelta en un jersey, pero cuando descubrimos aquella mano tras limpiarla con suero, el padre se dió cuenta de que su hijo iba a perder la mano. Se puso tan nervioso que nos empezó a empujar histérico porque el momento le superó, pero nosotros desde nuestra posición tenemos que comprenderlo. Le intentas tranquilizar, te pones en su piel, sacas toda la paciencia que tienes y le explicas que así no podemos ayudar a su hijo.

 

Cada día que pasa aprendo algo nuevo, y es en los momentos difíciles cuando me recuerdo a mi misma el por qué decidí ser un profesional sanitario. Nos reciclamos, seguimos aprendiendo de nuestros compañeros, de las nuevas técnicas, y todo para y por el bien del paciente, para que se sienta protegido y comprendido. A su vez, en los momentos vulnerables que sienten los pacientes cuando tienen miedo al pasar por traumas tan duros, es cuando más me pongo en su lugar y más tengo presente como nos gustaría que nos tratarasen a nosotros o a nuestra madre si pasara por un trauma así, sacando todos nuestros conocimientos, nuestro lado más humano, e intentamos que sea lo mas llevadero posible. Solo de esta forma nos vamos tranquilos a casa, porque hemos dado lo mejor de cada uno trabajando en equipo, porque somos muchos los profesionales que intervenimos para sacar adelante a los pacientes.

Una vez más espero que os haya trasmitido algo bueno que aprender. Y cuando digáis que para esto tenéis que valer, sabed que para lo que se vale es para aquello sobre lo que se tiene ganas de aprender cada día y con cada experiencia. ¡Feliz día!

Redactado por:

Jana Lillo

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