PÁRKINSON - 17 de julio de 2020
Según la Sociedad Española de Neurología (SEN), con, al menos, 150.000 personas afectadas en España, el Parkinson se ha convertido en la segunda enfermedad neurodegenerativa más común del país, solo por detrás del Alzheimer. A día de hoy, esta patología neurológica, crónica y progresiva afecta a más de 7 millones de personas en todo el mundo, pero, según estudios recientes, en 2040 esta cifra superará los 12 millones de afectados a nivel mundial.
Para evitar que esta previsión se supere o incluso que se llegue a cumplir, científicos de todo el mundo investigan cada día acerca de la enfermedad en busca de nuevos datos relacionados con el Parkinson que puedan dar lugar a una solución o a un tratamiento preventivo.
En una de las investigaciones más recientes, un grupo de científicos se ha centrado en analizar qué relación puede existir entre las características prodrómicas (señales o malestar que precede a una enfermedad) de la patología y la actividad física, utilizando el Estudio de salud de las enfermeras y el Estudio de seguimiento de profesionales de la salud. Para obtener unos resultados concluyentes, se realizó un seguimiento a los pacientes entre los años 1986 y 2012 con análisis al inicio y, desde entonces, durante muchos periodos consecutivos de 24 meses.
Los resultados obtenidos reflejaron que las posibilidades de manifestar tres o más características prodrómicas directamente asociadas con la aparición de la enfermedad de Parkinson fueron alrededor de un 35% inferiores en los pacientes que fueron clasificados al inicio del estudio en el grupo más alto de actividad física, frente a los que se integraron en el grupo con el nivel más bajo.
Las características prodrómicas que manifestaron estos pacientes analizados fueron: dolores, depresión, estreñimiento, un probable trastorno del comportamiento del sueño en la fase REM y somnolencia diurna excesiva. Mientras que los problemas de visión del color y la hiposmia (reducción de la capacidad para percibir olores), no se asociaron con el ejercicio físico.
Este último estudio, se suma a investigaciones anteriores que ya mostraban que una mayor actividad física se asocia con un menor riesgo a desarrollar la enfermedad de Parkinson posteriormente. Y confirma, además, otro estudio similar, con resultados idénticos, en el que las estadísticas mostraron un riesgo un 34% menor en los pacientes con el índice de actividad física más alta frente a los que la tenían más baja.
De esta forma y tras los diferentes resultados contrastados, se puede entender el ejercicio físico como una medida preventiva más que aconsejable para aquellas personas que estén en riego de padecer la patología en un futuro.
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