VIDA SALUDABLE - 15 de diciembre de 2025
En los últimos años, las redes sociales se han convertido en una de las principales fuentes de información sobre nutrición y bienestar. Influencers, creadores de contenido y profesionales comparten recetas, rutinas y consejos que llegan a millones de personas. Esta accesibilidad ha permitido que aprender sobre hábitos saludables sea más fácil que nunca, aunque también ha creado un espacio donde conviven mensajes rigurosos con tendencias simplificadas o contradictorias.
Cuando el contenido está bien elaborado, las redes pueden ser herramientas de educación y acompañamiento muy valiosas. Las explicaciones en formato breve, los ejemplos de comidas equilibradas o la divulgación profesional pueden ayudar a:
Normalizar hábitos saludables desde modelos realistas y balanceados.
Inspirar cambios sostenibles en el día a día.
Fomentar comunidades de apoyo donde compartir dudas y motivación.
Desmontar mitos y reducir el miedo a determinados alimentos.
En este sentido, las redes democratizan el acceso a información que antes era difícil de encontrar o requería acudir a consulta.
El impacto negativo aparece cuando el contenido se vuelve aspiracional, filtrado o extremadamente perfeccionista. Los cuerpos idealizados, las rutinas inalcanzables y las expectativas poco realistas generan comparación constante, frustración y autoexigencia.
Además, proliferan mensajes que fomentan una visión rígida de la alimentación:
Dietas restrictivas presentadas como soluciones universales.
Clasificaciones simplistas entre alimentos “buenos” y “malos”.
Planes nutricionales genéricos que ignoran la individualidad biológica y emocional.
Todo ello puede deteriorar la relación con la comida y aumentar la vulnerabilidad a conductas alimentarias desadaptativas.
Los retos virales se han convertido en uno de los contenidos con mayor influencia psicológica. El “90 days challenge”, por ejemplo, propone transformar el cuerpo, perfeccionar la alimentación o seguir rutinas estrictas durante 90 días consecutivos. Aunque pueden parecer motivadores, suelen tener varios riesgos:
Promueven la exigencia extrema, donde cualquier desvío se vive como fracaso.
Transmiten la idea de que la salud depende solo de la fuerza de voluntad, ignorando factores emocionales, hormonales, familiares, laborales o económicos.
Generan culpa, frustración y sensación de insuficiencia si no se completan al 100%.
Refuerzan un enfoque centrado en el resultado visible, y no en el bienestar integral.
Estos retos pueden funcionar para personas emocionalmente estables y con objetivos muy concretos, pero resultan especialmente problemáticos para quienes ya tienen inseguridad corporal o una relación vulnerable con la comida.
Ante la saturación de mensajes, aprender a gestionar lo que consumimos es fundamental. Algunas estrategias útiles son:
Seleccionar fuentes fiables, priorizando a profesionales acreditados.
Observar cómo te hace sentir una cuenta: si genera culpa o presión, no es para ti.
Buscar contenido que promueva la flexibilidad y el autocuidado, no la perfección.
Recordar que lo que aparece en redes es una versión editada de la realidad, no un estándar que debamos imitar.
Aplicar pensamiento crítico: preguntarse si un mensaje tiene evidencia, si encaja con tus necesidades y si está libre de intereses comerciales.
Esperamos que estos consejos puedan ayudar a construir una relación más sana con nuestros hábitos alimentarios.
Ana López Alonso - Psicóloga General Sanitaria M-35894 en Alimentación 3S.
Redactado por:
Alimentación 3S