ESCLEROSIS MÚLTIPLE - 29 de mayo de 2025
Hoy en día no es sorpresa ni novedad leer artículos, estudios o comentarios de la clara existencia de la relación entre mente y cuerpo de una manera bidireccional. De hecho, cada vez que se amplían los estudios se van encontrando nuevas maneras en las que estos dos complejos sistemas están plenamente conectados. Podemos nombrar una infinidad de ejemplos y enfermedades donde esta relación se aprecia claramente, pero uno de los más claros es la esclerosis múltiple. Es una enfermedad crónica del sistema nervioso central que suele asociarse con síntomas físicos como la fatiga, los problemas de movilidad o las alteraciones visuales. Sin embargo, su impacto va mucho más allá del cuerpo: también afecta profundamente a la mente y a la salud emocional de quienes la padecen.
Desde la psicología, entendemos que cuerpo y mente no funcionan como compartimentos estancos. En el caso de la esclerosis múltiple, esta interrelación se vuelve especialmente evidente: los síntomas físicos pueden desencadenar respuestas emocionales intensas, y, a su vez, los estados emocionales pueden influir en la percepción y el curso de la enfermedad.
Uno de los aspectos más desafiantes de la esclerosis múltiple es su carácter impredecible. No saber cuándo aparecerá un nuevo brote o cómo evolucionarán los síntomas puede generar una gran ansiedad. Muchas personas expresan un sentimiento constante de “no tener el control” sobre su propio cuerpo, lo cual puede convertirse en una fuente de estrés crónico. Esta incertidumbre puede afectar significativamente al bienestar emocional. A menudo aparecen síntomas de ansiedad, dificultad para dormir y pensamientos intrusivos relacionados con el futuro.
La depresión es otra de las afecciones frecuentes entre quienes viven con esclerosis múltiple. No siempre se trata solo de una reacción emocional a las limitaciones físicas. Estudios científicos han demostrado que los propios procesos neuroinflamatorios de la esclerosis múltiple pueden alterar zonas del cerebro responsables de la regulación del estado de ánimo, como el hipocampo o la amígdala.
Esto significa que, en muchos casos, la tristeza profunda, la apatía o la pérdida de interés no son simplemente una consecuencia psicológica, sino parte del impacto neurobiológico de la enfermedad.
Más allá del cansancio físico, las personas con esclerosis múltiple suelen experimentar una fatiga cognitiva: dificultades para concentrarse, pensar con claridad o mantener la atención durante períodos prolongados. Esta fatiga mental puede generar frustración, afectar el rendimiento laboral y disminuir la autoestima. Cuando la mente se siente agotada, se vuelve más difícil gestionar las emociones y mantener una actitud positiva, lo que puede agravar el malestar general.
Aunque la esclerosis múltiple no tiene cura, existen herramientas terapéuticas que ayudan a mejorar la calidad de vida. La terapia psicológica, prácticas como el mindfulness o la meditación pueden ser útiles para aprender a vivir el presente con mayor aceptación, sin dejarse arrastrar por los temores sobre el futuro.
Entender que esta enfermedad afecta tanto al cuerpo como a la mente es fundamental. La atención psicológica no es un complemento opcional, sino una parte esencial del abordaje integral de la enfermedad. Ofrecer un acompañamiento empático, profesional y centrado en la persona puede marcar una gran diferencia en la forma en que se vive la EM. Porque cuidar la salud emocional también es cuidar la salud.
Lucía Ongil, Psicóloga Sanitaria M-35082 en Alimentación 3S
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Alimentación 3S