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El cuerpo habla lo que la mente calla. ¿Por qué somatizamos?

VIDA SALUDABLE - 30 de diciembre de 2022

Carmen lleva días sintiendo un fuerte dolor de estómago y molestia gastrointestinal, es ponente principal en una conferencia en un par de días.

Miguel ha notado un aumento del acné en las últimas semanas, ha coincidido con el periodo de exámenes de fin de curso.

Por su lado, Sandra no tiene grandes problemas de salud. Sin embargo, desde que le cambiaron de equipo de trabajo, termina el día con una intensa cefalea.

 

¿Te resulta familiar? Todos ellos son ejemplos de somatización, es decir, la aparición de síntomas físicos (y diferentes según la persona) que no tienen una causa física aparente sino que se relacionan con un origen psicológico.

Tradicionalmente, hemos separado las diferentes patologías entre dolencias a nivel físico y dolencias a nivel psicológico. Pero en los últimos años y a medida que aumenta la investigación científica, la popular separación mente – cuerpo está dejando de ser algo diferenciado para reafirmarse como un todo en interrelación constante. De esta manera, todo lo que nos ocurre a nivel corporal nos afecta emocionalmente, así como aquello que nos sucede en el plano psicológico (emocional) se manifiesta y refleja en nuestro cuerpo.

Pero… ¿cómo?, ¿de qué manera nuestro estado emocional puede implicar síntomas físicos?, ¿significaría eso que deberíamos evitar ciertas emociones como el estrés o la tristeza para prevenir este tipo de dolencias?

¡Ojo, porque se trata de precisamente lo contrario! Te explicamos mejor:

El ser humano siente. Hasta aquí estamos de acuerdo. Como humanos tenemos la capacidad de percibir un amplio abanico de emociones (alegría, pena, frustración, culpa, orgullo, enfado, envidia…). Y hasta aquí no habría ningún problema, dado que nuestras emociones son la vía principal en la que nuestro cuerpo se comunica, expresa la información básica acerca de aquello que necesitamos. Por ejemplo, si necesitamos agua, lo comunica a través de la sensación de sed; si necesitamos calor, lo expresa a través de la sensación corporal de frío; si necesitamos seguridad, lo comunica a través de la sensación de miedo y así un larguísimo etcétera.

Sin embargo, según crecemos y como resultado del aprendizaje en sociedad, ante emociones que percibimos como desagradables (incluso llegamos a denominarlas “negativas”) como la tristeza, la ira o la culpa, buscamos la manera de evitarlas, ignorarlas o reprimirlas. En otras palabras “intentar que se vayan rápido y no sentirlas” y he ahí cuando aparecen las consecuencias en nuestro bienestar tanto físico como psicológico.

¿Y por qué evitarlas no es una buena opción? ¿Por qué iba a afectarnos a nivel físico? Pues bien, la cuestión es que cuando nos negamos en rotundo a conectar con nuestras emociones nos lleva, paradójicamente, a estados emocionales más confusos, intensos, duraderos y frecuentemente acompañados de la ansiedad añadida por el esfuerzo en tener que reprimirnos. Esto supondrá una serie de cambios a nivel bioquímico (por ejemplo, en el caso de la ansiedad se libera cortisol) que, prolongados en el tiempo comenzarán a afectar significativamente a los denominados “órganos diana”, traduciéndose en las afectaciones psicosomáticas correspondientes.

Podríamos decir entonces, que la somatización no es consecuencia directa de las emociones que sentimos sino de nuestra gestión y regulación de las mismas.

Problemas gastrointestinales (dolor de estómago, úlceras, intestino y/o colon irritable), migrañas, afectaciones cardiacas, dolores musculares o trastornos autoinmunes como la psoriasis son algunas de las afectaciones psicosomáticas más comunes.

 

De esta manera, se relaciona nuestra salud psicológica y nuestra salud física. El cuerpo habla lo que la mente calla, resaltando la importancia de aprender acerca de nuestro funcionamiento emocional para lograr un mayor bienestar.

Más información en A3S

Redactado por:

Ana Gutiérrez Frutos

N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria

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