VIDA SALUDABLE - 5 de noviembre de 2020
¿Alguna vez has tenido un antojo o ganas de comer un alimento en concreto?
Cuando estás más estresado/a o inquieto/a ¿te suelen entrar ganas de comer?
¿Tiendes a picotear cuando estás sin hacer nada, para pasar el tiempo?
Si tu respuesta a alguna de estas preguntas ha sido afirmativa, este artículo podría resultarte de interés: ¿Sabías que no sólo comemos por hambre?
Ansiedad, aburrimiento, cansancio, tristeza o ira. Todas ellas son emociones potencialmente disparadoras de lo que se conoce como “hambre emocional”. Un tipo de “hambre” urgente y repentina que no responde a una necesidad fisiológica de alimentarnos, sino que hace referencia a las ganas de comer con el fin de regular determinadas emociones.
Tradicionalmente, el papel de las emociones en la gestión de la alimentación ha quedado relejado a un segundo plano, frente al protagonismo concedido a la dieta y al ejercicio. Incluso cuando estamos tan habituados a expresiones diarias como “se me ha cerrado el estómago”, “tengo hambre por los nervios” o “no como por hambre sino por aburrimiento”, las cuales ponen en manifiesto esta interrelación.
Ofreciendo un paralelismo, socialmente, reconocemos la estrecha relación entre la calidad del sueño y nuestro estado anímico. Sin embargo, pasamos por alto la enorme influencia que nuestras emociones pueden ejercer en la manera en la que percibimos las sensaciones de hambre - saciedad.
Si bien esta interrelación hambre - emoción está presente de forma natural en cada uno de nosotros, cada persona puede manifestarla en mayor o menor medida según lo aprendido a lo largo de su vida. Con frecuencia, y especialmente en los procesos de pérdida de peso, se atribuye a la genética o a la “falta de voluntad” lo que en realidad constituye un patrón “heredado” (aprendido) de cómo alimentarnos. De este modo, si en nuestro hogar se ha potenciado emplear la comida para aliviar el malestar o premiarnos, tenderemos a hacer lo mismo con nuestros hijos/as.
La toma de conciencia de este mecanismo de “alimentación emocional” resulta clave, así como su divulgación por parte de los profesionales de la salud hacia la población general. Obviar cómo nuestras emociones influyen en la forma en la que comemos resulta vivir nuestra alimentación con una sensación continua de descontrol y culpabilidad, en desconocimiento de la posibilidad real de abordar este mecanismo y mejorar nuestra relación con la alimentación.
Si quieres conocer más acerca del hambre emocional, mantente atento/a a las siguientes publicaciones en la que lo seguiremos explorando.
Redactado por:
Ana Gutiérrez Frutos
N.º. Col. M-33182. Psicóloga General Sanitaria